A primera vista, la imagen de un templo griego o romano nos recordará algún edificio público que se alza en una plaza cercana a nuestra casa, o una escultura griega nos traerá a la memoria innumerables estatuas diferentes que hemos visto en parques, edificios y museos.
Esta sensación de cercanía que nos da "lo conocido" y que nos producen las formas artísticas de la antigüedad grecorromana se debe a que estas han sido consagradas por la tradición cultural de Occidente como obras clásicas. Es decir, se entienden como modelos de perfección que transmiten una serie de cualidades e ideales que han mantenido su vigencia a través del tiempo.
En el arte clásico, como en toda expresión artística, las formas se asocian a maneras de entender el mundo y la vida. Este trasladó a formas los principios latinos de venustas, firmitas, utilitas, cuya traducción sería armonía-belleza, estabilidad-permanencia y utilidad-bienestar. Además se asocia con conceptos que se consideran positivos y edificantes como: pureza, orden, rectitud, simplicidad, dignidad, grandeza moral y racionalidad.
En la historia del arte occidental, el arte clásico por definción es el arte griego que floreció hacia el siglo V antes de nuestra era, bajo la sombra del estadista Pericles. Un siglo después, mientras duró el imperio de Alejandro Magno, se llevó a cabo una fusión del arte griego y la cultura oriental y surgió el arte del helenismo. Finalmente, desde el siglo II de nuestra era los romanos se apropiaron de las formas artísticas griegas y del helenismo y mediante el arte romano les imprimieron un aire imperial.
Los valores del arte clásico del pasado se han reconocido durante más de 2000 años como fundamento de la tradición artística europea y de sus herederos culturales, como son México y el resto de América.
Las cualidades e ideas que sugiere el arte clásico de la antigüedad grecorromana han sido reinterpretadas una y otra vez durante la historia del arte occidental en una corriente denominada clasicismo. El clasicismo recupera los principios básicos del arte clásico pues entiende la belleza en la armonía de todas las partes y en la planeación racional de las formas. Sin embargo, cada época imprime a las nuevas interpretaciones de la tradición clásica el sello de sus preocupaciones.
El clasicismo se ha mantenido a lo largo de toda la historia del arte occidental pero sus momentos más notables se dieron durante el Renacimiento (siglos XIV al XVI), en el siglo XVIII y XIX con el estilo Neoclásico y en las Academias de arte y el clasicismo vanguardista de las primeras décadas del siglo XX. En la actualidad, a pesar de la proliferación de estilos y de concepciones de la belleza, se siguen utilizando las formas consagradas por la tradición clásica, sobre todo en la arquitectura, pero ya perdieron su condición de canon artístico universal.
El periodo clásico de la Grecia antigua se ubica temporalmente en el siglo V antes de N.E.. La ciudad de Atenas fue el foco difusor de la cultura griega y su esplendor se dio durante los 30 años en que estuvo bajo la dirección de Pericles, soldado, orador y hombre de Estado. Uno de los rasgos que definene esta época es que se intentó, en todos los ámbitos, llevar a la práctica las ideas rectoras de la filosofía que moldeó su cultura en general, estas son: humanismo, idealismo y racionalismo.
El humanismo griego exalta al hombre como "medida de todas las cosas". El hombre se concebía como la máxima de las creaciones y su capacidad para razonar como la mejor de sus cualidades. El filósofo Anaxágoras pensaba que el universo era regido por una mente suprema que impuso el orden al caos de la naturaleza y que el hombre por el pensamiento, de manera semejante, podría imponer el orden en los asuntos humanos. "El mundo está lleno de maravillas - cantaba Sófocles- pero nada es tan maravilloso como el propio hombre". Así, los griegos construían monumentos para honrar a sus dioses, para conmemorar victorias, para registrar ritos religiosos, pero lo que siempre representaban era el hombre.
La fé en la razón humana dio lugar al racionalismo. La idea de que el hombre podía "ordenar el mundo" los llevó a buscar en sus creaciones un orden que podía ser captado por la mente a través de los sentidos. Los principios básicos de este plan racional fueron la simetría, la proporción y la unidad basada en la interrelación de las partes entre sí y con el todo. Por ello, concibieron a las artes como hermanas. La arquitectura, para ser completa, debía depender de la escultura y la pintura para ornato; la escultura y la pintura debían buscar los medios arquitectónicos adecuados y convenientes. Las virtudes de equilibrio, claridad y sencillez se fijaron como norma de excelencia. Así, si debían imponer un orden sobre cualquier masa de material en bruto, como la roca o la arcilla en su estado natural, en el proceso de darles forma, buscaban el equilibrio y la armonía.
En relación íntima con el racionalismo surgió el idealismo, que dominó al arte griego. El idealismo buscaba representar al mundo como lo concebía la mente, no como lo captaba el ojo. En el arte griego las imágenes mentales se moldeaban conforme a una idea de perfección hecha de los axiomas de Verdad, Belleza y Bondad, que conformaban el ideal al que aspiraba el espíritu del hombre. Así, se buscaba sobrepasar las sensaciones e imágenes transitorias para expresar lo esencial, lo permanente. Es decir que aunque sus representaciones partían del mundo objetivo se idealizaban conforme a los cánones de perfección establecidos.
El arte griego -arquitectura, escultura y pintura (en cerámica, mosaico y mural principalmente)- fue creado conforme un ideal de perfección en la forma y en el contenido que sirvió de modelo a otros pueblos que vivieron después de los griegos. En la época antigua, los artistas del helenismo y del imperio romano rescataron y reelaboraron el legado cultural griego en función de las necesidades sociales de sus propias civilizaciones.
Partenón .En el año 447 antes de N. E., el estadista Pericles encargó la construcción del Partenón, un templo dedicado a la diosa de la sabiduría, Atenea. En su construcción colaboraron tres artistas: Fidias, escultor y director de la obra; Ictinos y Calícrates, arquitectos. Este templo fue planeado conforme al ideal de "belleza en la sencillez", lo que se traduce en una relación armoniosa entre las partes, lograda a través de leyes geométricas que establecieron la relación de la longitud y la anchura con la altura y la proporción de las masas sólidas de las columnas con los claros entre ellas. La arquitectura se complementaba con diversos grupos de esculturas. Durante casi 900 años, el Partenón cumplió con su función original, los siguientes 1000 años fue una iglesia cristiana y durante 200 más fue una mezquita musulmana. En 1687, durante una guerra entre venecianos y turcos, una bomba destruyó el interior del edificio.
Helenismo
En el año 336 a. de N. E. murió el rey de Macedonia Filipo II. Su hijo Alejandro, con tan sólo 20 años de edad, tomó las riendas del sólido imperio que su padre le legó y lo hizo crecer y crecer. Su dominio se extendió de la península Balcánica a Egipto, sobre el imperio Persa y hasta las márgenes del río Indo. Tantas fueron sus victorias que este joven gobernante fue calificado de Magno.
Alejandro Magno tuvo una profunda admiración por la cultura griega. Su preceptor de la infancia fue nada menos que el filósofo Aristóteles, quien le enseñó el amor al arte y la poesía griegos y su libro favorito era la Ilíada, porque se veía a sí mismo como un segundo Aquiles. Entre sus consejeros se contaban geógrafos, botánicos, un mineralogista y un meteorólogo. A su paso por los distintos pueblos que integraron su imperio, permitió, hasta cierto punto, religiones y costumbres locales pero introdujo también una cultura helenística que trascendió la muerte del conquistador, en donde elementos culturales griegos se fundieron con elementos persas y de otras culturas antiguas, como Egipto, Mesopotamia e India.
El arte griego en el periodo helenístico cambió de acuerdo con la sociedad que lo produjo. La serenidad de la escultura clásica dio lugar a una exploración de las emociones humanas y un mayor conocimiento de la anatomía. El arte helenístico, en comparación con el griego clásico, dió la impresión de discordia y no de armonía, de angustia en vez de tranquilidad, de emoción en lugar de racionalidad. Estos contrastes se han atribuído a que el pensamiento helenístico privilegió la creencia de que cada hombre tiene sus propios sentimientos, ideas y opiniones, totalmente distintos de los de los demás. En vez de buscar un justo medio, los filósofos helenistas buscaban las causas profundas del conflicto interior de los hombres.
El sentimentalismo y el melodrama que se expresaron en el arte helenísitico fue despreciado por estudiosos del arte de épocas posteriores que preferían la serenidad y el equilibrio de los griegos. Sin embargo, ahora podemos valorar este periodo artístico en su justa dimensión y apreciar los logros expresivos de sus manifestaciones culturales.
Grupo de Laocoonte, Agesandro, Atenodoro y Polidoro de Rodas, fines del siglo II a. de N. E., Mármol, Museo del Vaticano, Roma.
Este grupo escultórico creado por Agesandro y sus hijos Atenedoro y Polidoro, fue descubierto en 1506 y tuvo gran influencia sobre los artistas del renacimiento. Representa al sacerdote Laocoonte, queriendo defender a sus hijos de la serpiente pitón. La escultura expresa toda una gama de emociones intensas, de angustia y desesperación. Los músculos de los personajes se tensan con la fuerza de la lucha y los vericuetos que sigue el cuerpo de la enorme serpiente alrededor de sus víctimas dan a la forma una complejidad que provoca la conmoción del espectador.
Arte Romano
"La cautiva Grecia cautivó a Roma". Roma, que construyó el mayor imperio del mundo antiguo, difundió los logros intelectuales de Grecia por toda Europa. La civilización romana compartió muchas de las ideas básicas que fueron punto de partida de los estilos helénico y helenístico. Pero, en tanto que el romano difería del griego por sus costumbres, su temperamento, su religión y su moral. su originalidad radicó en el franco utilitarismo que dieron a las artes, como medio de deleite del pueblo y en la solución de problemas prácticos. Es decir, optimizaron la utilidad del arte sin sacrificar la claridad clásica de la forma.
Los romanos aceptaron los valores consagrados y probados del arte griego. Coleccionaban estatuas y pinturas antiguas o bien encargaban nuevas obras hechas en el estilo antiguo. Pero pusieron al arte al servicio del Estado, lo que se aprecia en la monumentalidad de las estatuas de sus emperadores, en la grandiosidad de los arcos triunfales y en las columnas conmemorativas de las hazañas imperiales. El Estado también cuidó bien del arte, especialmente de la arquitectura y de las obras pública. Los emperadores romanos hicieron de su capital una ciudad de monumentos. Augusto restauró más de 80 templos, Vespasiano construyó el Coliseo, Trajano erigió una inmensa columna como monumento de grandeza.
En arquitectura, esta civilizacion se apropió de las columnas dóricas, jónicas y corintias de Grecia pero su mayor interés consistió no tanto en imitar la perfección de las proporciones griegas, sino en lograr grandes obras de ingeniería. Así, hicieron viaductos, acueductos, puentes, carreteras y gigantescas cúpulas que se construyeron para durar eternamente.
Con el ocaso del imperio sobrevivió el clasicismo en el arte. Este siguió su evolución durante el medievo (por ejemplo en el arco gótico), en el mundo bizantino y a través del arte de la cristiandad. La preeminencia del arte romano se mantuvo hasta el siglo XVIII, pues todos los renacimientos clasicistas hasta entonces fueron, de hecho, renacimientos del estilo romano.
El Panteón de Roma, aproximadamente 120 d. de N. E.
El Panteón fue un templo dedicado a las principales deidades de la religión romana. El propio emperador Adriano intervino en el diseño de este edificio. Su estructura se compone de de la unio´n de un cilindro una semiesfera que se asientan sobre una planta circular. La cúpula del Panteón es la mayor de la antigüedad.
Tiene 43 metros de diámetro y la misma altura y en su cúspide se abre un orificio que permite la entrada de la luz. Esta hecha de hormigón recubierto de bronce dorado, para que su resplandor pudiese ser visto desde toda Roma. El sentido perfecto de la proporción espacial y la armonía del interior de este edificio se basan en la unión de la habilidad científica aplicada y el sentido estético.
Renacimiento
La palabra "renacimiento" indica volver a nacer y con este sentido se nombró a un periodo histórico que, hacia el siglo XIV en Italia, se distinguió por un renacimiento del espíritu de la antigüedad grecolatina. Los renacentistas se volvieron hacia el mundo antiguo en busca de conocimientos sobre derecho, política, ciencia, arte e incluso de guía moral. A los artistas y eruditos que se interesaron por revalorar la cultura clásica grecorromana se les llamó humanistas y su influencia se extendió a toda Europa, por medio de las universidades, los libros impresos (en latín clásico) y la fama que lograron su obras artísticas.
El humanismo renacentista, como el clásico, situó en el centro del universo al ser humano. La racionalidad fue, de nuevo, el más valioso de los dones, de ahí que el conocimiento científico del mundo se convirtiera en uno de los ejes de la cultura de esta época. La observación cuidadosa de los fenómenos naturales y el espíritu de libre investigación se reflejaron en todas las expresiones culturales. La ciencia y el arte se hermanaron: los arquitectos fueron matemáticos, los escultores estudiaron el cuerpo humano, los pintores el espacio geométrico y los músicos la acústica.
El arte renacentista nació en Florencia y allí se desarrolló en gran parte, además de Roma y Venecia. Recibió el impulso de tres generaciones de artistas: la primera, a principios del siglo XIV, estuvo dominada por Giotto. En la segunda , a principios del siglo XV, destacan el pintor Masaccio y el escultor Donatello. La tercera, a finales del siglo XV y el comienzo del XVI, alcanzaron la fama Leonardo da Vinci, Rafael y Miguel Angel.
Roma, con sus monumentos y vestigios del antiguo imperio, fue la primera en atraer la atención de los humanistas. Una serie de hallazgos arqueológicos hicieron de esta ciudad-museo un lugar obligado de peregrinación. Uno de estos descubrimientos fue la estatua del Laocoonte, del helenismo. Otro fue el llamado Torso del Belvedere que influyó profundamente en el ideal de belleza física de Miguel Angel. Sin embargo estas obras antiguas no se imitaron, se tomaron como punto de partida de una visión del mundo moderna, en donde encontramos el individualismo, naturalismo, cientificismo, universalismo y la exploración geográfica.
Como en los cánones clásicos, las figuras heróicas del arte del pleno Renacimiento son la traducción a lo visual de un idealismo humano y social. En la escultura y la pintura, la belleza física y la fuerza muscular se convierten en la plena expresión de la Belleza y la Fuerza espiritual. La aspiración de la perfección y la armonía en la forma guía a los artistas renacentistas. Para lograrlo se elaboraron manuales de composición, dibujo, proporciones, construcción arquitectónica y se dejó un testimonio escrito de la personalidad y la obra de los artistas que entonces se consideraron "geniales" y dignos de seguir.
La reinterpretación del mundo clásico del Renacimiento va a encontrar su continuidad en otros estilos artísticos que le siguieron en el tiempo, como son: manierismo, barroco, rococó y el neoclasicismo en Francia.
La Escuela de Atenas, Rafael (Raffaello Sanzio), 1508-11, Fresco ubicado en la Stanza della Segnatura del Palacio del Vaticano, Roma, Italia.
Con esta pintura mural, el "divino" Rafael (arquitecto, pintor y diseñador de escultura) rindió homenaje a la cultural griega de la antigüedad. Las dos figuras centrales que caminan hacia nosotros son Platón y Aristóteles, los dos grandes filósofos del mundo antiguo. Además, vemos un grupo de personas que discuten sobre geometría, manejando un compás y una escuadra. Otros, que sostienen un globo terráqueo y una esfera celeste, hablan sobre astronomía. El resto discuten temas filosóficos. En esta representación, pintada en las habitaciones privadas del Papa Julio II, Rafael exaltó el conocimiento sobre el mundo y el hombre, que la Grecia clásica legó a la posteridad.
Neoclásico
El "Siglo de las luces" iluminó a Francia, y al mundo entero, con el espíritu de la Ilustración. La investigación científica de la naturaleza y el hombre, la creencia en el progreso, el enciclopedismo, la fé en la inteligencia humana y el afán universalista se expresaron en el arte a través de las formas del mundo clásico. El estilo neoclásico, nacido en Francia a mediados del siglo XVIII, fue el camino que transitaron los artistas que tenían como meta la Belleza, como equivalente de perfección y racionalidad.
El deseo de fidelidad con los modelos antiguos se vió alentado por los descubrimientos arqueológicos que a mediados del siglo XVIII asombraron a Europa. Las exploraciones de las ruinas de Herculano y Pompeya marcaron un punto culminante en el ascenso de la admiración ilimitada por el arte y formas de vida de la antigüedad clásica. Juan Joaquín Winckelmann, el profeta del neoclasicismo en el arte, instituyó que el camino más directo para alcanzar la belleza (visual y espiritual) era la imitación de la antigüedad. Además, en esta época se inauguraron varios museos y galerías que exhibían obras del pasado clásico.
El neoclasicismo, asimismo, expresó un ideal político. La antigua república romana fue el referente obligado de los revolucionarios franceses y el emblema del imperio napoleónico. Los modelos preferidos del emperador Bonaparte -quien fue coronado con laurel, símbolo antiguo de la fama inmortal- fueron Alejandro Magno y Julio César y los batallones franceses usaron como insignia las águilas de las antiguas legiones romanas.
Así, la expresión neoclásica se volvió el estilo de arte oficialmente aprobado, pero sobre todo tuvo una amplia aceptación de una clase media que adquiría cuadros, que construía y vivía en los edificios de formas clásicas. Este estilo se institucionalizó a través de las academias de arte, que fundaron sus programas en la aspiración de una pureza formal que se obtenía a través de la copia intensiva de yesos de esculturas de la antigüedad clásica.
La pintura neoclásica tuvo a su máximo exponente en Jacques Louis David y en la escultura se le reconoce esta distinción a Antonio Canova.
El juramento de los Horacios, Jacques Louis David, 1784, óleo sobre tela, Museo del Louvre, París.
El entusiasmo por la antigüedad hizo que, en sus primeras obras, David utilizara bustos de la antigua Roma en vez de modelos vivos. Sin embargo, esta actitud nunca lo alejó de la realidad, por el contrario. Burgués por nacimiento y crianza, la pintura de David siempre tuvo un mensaje a manera de manifiesto dirigido hacia la acción política y social revolucionaria. En El juramento de los Horacios, el artista aprovecha la historia de tres hermanos que juran defender la República Romana para exaltar los ideales de deber patriótico que inspiraban a los revolucionarios del siglo XVIII. La obra de este pintor sentó las bases del arte oficial que perdurarían en el resto del siglo XIX.
La bañista de Valpincon, Jean Auguste Dominique Ingres, 1808, óleo sobre tela, Museo de Louvre, París, Francia.
Este cuadro, pintado a principios del siglo XIX, se conecta íntimamente con la trayectoria del neoclasicismo. Ingres fue discípulo de Jacques Louis David y admiraba enormemente al pintor renacentista Raphael, en quien se inspiró para la búsqueda de la perfección de la forma. La bañista de Ingres nos transmite la serena calma del desnudo de la tradición clásica a través de la suave línea del cuerpo. Además de la intención clasicista, el pintor incluye elementos "exóticos" (como el turbante) que le dan a la imagen un aire de Oriente.
Clasicismo Vanguardista
Los europeos vivieron las primeras décadas del siglo XX en medio de una sensación de crisis, pesimismo y transformación radical de la vida. Las progresivas industrialización y urbanización, la caída de monarquías centenarias tras la Primera Guerra Mundial (1914-1917), las rivalidades nacionales, los aires de revolución social, la intolerancia racial, la muerte masiva provocada por la nueva tecnología bélica y, en fin, la desintegración del mundo europeo como se conocía hasta entonces, marcaron a esta época con el signo de la inestabilidad.
Así, no es extraño que esta crisis se acompañara de una nostalgia por la calma de "otros tiempos" y por la necesidad de una "vuelta al orden". En el arte, entre 1905 y 1930, la búsqueda de un lugar firme llevó a algunos artistas vanguardistas a estudiar y explorar la tradición del arte clásico grecolatino, que asociaban con palabras como "estructura", "pureza", armonía", "orden", "estabilidad", "serenidad".
El clasicismo vanguardista no imitó las formas de la antigüedad pues, por el contrario, fue muy variado e innovador. El eje central sobre el que giraban las propuestas artísticas fue el énfasis en la estructura interna de la forma. El tema, el color, la composición, eran secundarios frente a la "belleza del volúmen". Para estos artistas, la "verdadera" tradición clásica se expresaba en la solidez y en la armonía de un cuerpo o un objeto estructurado racionalmente, a partir de la geometria. Así, por ejemplo, la figura humana se componía de cilindros (extremidades), esferas (cabeza, pechos) y rectángulos (torso).
Los países de tradición latina fueron los principales focos del clasicisimo vanguardista. En iItalia, el grupo del Novecento (1922-1925) buscó la inspiración en las "fuente más puras" de su pasado artístico, como el arte etrusco. En Cataluña, España, el movimiento Noucentista (1906-1911) encontró su identidad local en las ruinas romanas de su región. Y en Francia se acudió a las obras griegas arcáicas. Entre los artistas que exploraron el nuevo clasicismo están Pablo Picasso, Juan Gris, Henri Matisse, André Derain, Fernand Léger, Jean Metzinger y el escultor Aristide Maillol, los italianos Giorgio de Chirico, Mario Sironi, Ubaldo Oppi, Achille Funi, Arturo Martini y Mario Marini, y los catalanes Josep de Togores, Enric Casanovas y Manolo.
Si quieres ver obras de algunos de estos artistas visita la Galería del clasicismo vanguardista.
La Mediterránea, Aristide Maillol. Bronce, 1905. Fundación Dina Vierny, Museo Maillol, París, Francia. (en el libro On Classic Ground, p. 151, cat. 88)
El molde de esta escultura, la más célebre de Maillol, se presentó en la exhibición parisina del Salón de Otoño de 1905 con el título "Mujer", conmocionando a los vanguardistas. "Es hermosa - observó un crítico- porque no tiene ningún significado". Lo que críticos y artistas apreciaron en ella fue precisamente "la belleza de la forma", que se mostraba en la simplicidad del diseño, la geometrización del cuerpo -las piernas son columnas, los pechos, el pelo y la cabeza son esferas, el torso es un rectángulo y los brazos cilindros- y, sobre todo, en la armonía y el equilibrio que recuerda a las grandes obras de la antigüedad clásica.
Desnudos sobre fondo rojo, Fernand Léger, óleo sobre tela, 1923. Museo de Arte Offentliche Kunstsammlung, Basle. (en el libro On Classic Ground, p. 143, cat. 82)
Desnudos sobre fondo rojo no nos lleva a ningún momento en el tiempo ni se ubica en ningún lugar específico. Las figuras, sobrias, inexpresivas y estáticas, se asemejan a las silenciosas estatuas griegas de la antigüedad. Sin embargo, la intención clasicista de la obra contrasta con la referencia mecánica de los cuerpos y el dramático fondo rojo. Así, este cuadro, el primero de este tipo en la obra de Léger, es un claro ejemplo de la tensión entre tradición y modernidad que caracterizó a la propuesta artística de la vanguardia europea.
Torso en yeso, ramo de flores, Henri Matisse, óleo sobre tela, 1919. (en el libro On Classic Ground, p. 183, cat. 118)
En este luminoso cuadro de Matisse encontramos un atractivo juego de oposiciones: entre la antigüedad y la naturaleza, entre lo contemporáneo y lo antiguo, entre los objetos bidimensionales (el dibujo y el tapíz) y los tridimensionales (el molde de yeso y el florero), entre la inestabilidad (parece que el yeso puede caerse de la mesa) y el equilibrio que sugieren las formas clásicas. En fin, el diálogo que el artista sostiene entre estos conceptos se lleva a cabo dentro del terreno las formas y nos encamina a uno de los problemas esenciales de la creación artística, el de la relación entre el arte y la realidad.
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